viernes, 11 de diciembre de 2009

"La tienda departamental"




De nuevo es viernes. Y ahora sí estoy enojada. Como se reportó en varios medios, nacionales e internacionales, desmantelaron y detuvieron a los responsables de una maquila clandestina de bolsas y pinzas para ropa. Rescataron a 107 personas, menores de edad, ancianos, muchos de ellos indígenas, y se descubrieron historias terribles de mala alimentación y abusos sexuales. Una muestra más de que vivimos en un país en donde los derechos de las mal llamadas minorías, son los que menos importan, a las autoridades, a las empresas, carajo, si hasta entre nosotros mismos nos hacemos pendejos cuando se trata de maltrato "a los mismos de siempre".

Nos encanta referirnos a lo injustos y horribles que son los métodos de trabajo en China, cuando esas situaciones se dan en nuestros barrios, en nuestras ciudades, y quedan como notas que quizá nos amarguen el desayuno, nos hagan mover la cabeza en desaprobación y ya. De regreso a nuestras vidas, de regreso a "la tienda departamental" en busca del nuevo par de zapatos, del perfume, del trapito que nos hará sentirnos mejor acerca de nosotras mismas. Que pondrán en una de esas bolsas de plástico, de esas cajas de regalo que se hicieron a costa de hacer sentir a 107 personas que eran menos que nada. A costa de que 107 personas fueran violadas física y emocionalmente. De que a 107 personas las quebraran como nosotros nunca sabremos que es posible.

Lo peor es que "la tienda departamental" no ha hecho nada al respecto. No se ha pronunciado en ningún sentido, no ha pedido disculpas, no ha prometido reforzar su compromiso con ese vago concepto al que en esos corporativos llaman "responsabilidad social". Y peor aún, que en los medios de este país casi no se menciona, como debería hacerse, que "la tienda departamental" es Liverpool. Información que todos deberíamos tener para poder tomar la decisión, si nos pareciera pertinente, de no comprar en esa tienda, de no seguir apoyando su desafane de una situación como ésta. Así que me parece apropiado hacer algo, por pequeño que sea, empezando por dar a conocer que Liverpool es "la tienda departamental" a la que se vendían las bolsas y pinzas hechas por esclavos, y que esta empresa, tan enfática en mantener los valores tradicionales (como que todas sus empleadas tengan que ir a trabajar en falda y medias - como buenas mujercitas, nada de pantalones, como la navidad nevada que todos en latinoamérica compartimos, etcétera, etcétera) sin ningún tipo de remordimiento, sin ningún tipo de conciencia, si no se hubiera destapado esa cloaca, en este momento seguiría recibiendo sin ningún tapujo esas cajas navideñas para empacar los regalos que tenemos que comprar como parte de nuestras obligaciones de esta temporada.

En este momento sólo se me ocurre hacer eso. Estoy enojada. Sólo puedo compartir la información que tengo, y empezar por tomar la decisión de no pararme en un Liverpool y mucho menos dejarles los pocos pesos que tengo para que puedan seguir manteniendo a seres desalmados como los que mantenían su supuesto centro de rehabilitación. Pero en cuanto el enojo se asiente un poco, tengo pensado, tenemos pensado con otras personas, redactar volantes y repartirlos en las tiendas, hacer algún tipo de intervención que manifieste nuestro desacuerdo con una empresa que no es socialmente responsable, y sobre todo, nuestra indignación con ese silencio que quieren tender como un velo sobre sus despreciables acciones,


viernes, 4 de diciembre de 2009

Post de viernes

Es viernes, soleado, y no tengo ganas de enojarme. Así que a pegar de brincos con está canción totalmente feminista e increíble. Joan Jett & The BlackHearts para todos ustedes:

martes, 1 de diciembre de 2009

La memoria de las mujeres.

Otro "texto invitado" que leí en El País, y que me parece que toca temas fundamentales acerca del trabajo que nos toca hacer día con día. Las negritas son mías.

Publicado por Rosa Pereda en El País, 1º de diciembre, 2009.

Lo nuevo después del Holocausto, me decía hace pocos días Reyes Mate, es la necesidad de incluir la memoria en el análisis. Y, me pareció entender, no sólo la facultad de recordar, sino los recuerdos mismos. Y eso, por dos razones: primero, para establecer los hechos. El recuerdo de la víctima, su sufrimiento, vuelve incontestable cómo fue que pasó lo que pasó. Particularmente cuando resulta inexplicable y sin razón, como en el caso del Holocausto, pero también de algunas otras realidades que, como los mundos de Paul Eluard, existen y están en éste. Es lo que pasa con las categorías del pensamiento, que como lentes focalizadas, cambian irremediablemente el sentido de la realidad que estamos analizando.

Pero la segunda razón es de otro orden, el de la moral, el de la intención del análisis: que los hechos que se analizan no se vuelvan a repetir. Obviamente, no todos los que piensan están en esa idea, que no se deriva de los hechos -algunos, estuvieron y están de acuerdo con la Solución Final; otros niegan que existió- pero sí puede derivarse de su análisis. De ese enfrentamiento con el horror. Lo fastidiado de la memoria es que obliga a las víctimas a recordar, pero también a los verdugos. Y es lógico que se revuelvan panza arriba.

Entonces, le pregunté a Reyes por la memoria de las mujeres.

El tema de las mujeres es espantosamente aburrido. Lo decía la feminista americana Susan Faludi: como las tareas domésticas, que acabas de limpiar el polvo y ya tienes que volver a empezar. Cada día hay que establecer los hechos, hay que demostrarlos, hay que volver obvio que no se pueden repetir. Los hechos, los tozudos hechos, hablan sobre las consecuencias de pensar que las mujeres somos naturalmente inferiores. Quiero decir: inferiores por naturaleza. Según esa idea, que tantos comparten aunque felizmente cada vez menos se atreven a formularla, es la naturaleza la que impone el papel familiar y social de la mujer, y su sitio en la estructura del poder, de la autoridad. No se trata sólo del poder político, también es el poder de tomar decisiones. Incluso, sobre nuestra propia vida.

La supuesta -dada por supuesta- inferioridad (natural) de la mujer, ha dado como resultado más de la mitad de la población, las mujeres, sojuzgadas y humilladas. Por siglos. Recluidas en la "zona húmeda" de que habla Bourdieu, que no siempre es metafórica, pero que siempre está ahí, y contagiadas de la suciedad que quitan. Siempre hay mujeres en las limpiezas, y siempre está la limpieza en el horizonte mental. De los hombres -de los varones- y de las mujeres. Unos, ellos, lo verán como un derecho, el suyo. Otras, nosotras, como una amenaza, real o metafórica, y en el mejor de los casos, como una perplejidad. No conozco una sola mujer que no haya conocido la agresión física, oral, fáctica, por el hecho de ser mujer. Ninguna que no haya tenido miedo en algún momento. Ninguna que no se haya visto limitada alguna vez, por el hecho de ser mujer. Y como todo eso se vive de una en una, cada una en su única vida, la memoria de las mujeres es como para echarse a temblar.

Es, efectivamente, el relato de las víctimas. La versión de las víctimas. Y aquí hay que ser muy claros, porque la tentación es echarles -echarnos- la culpa. No es un mecanismo exclusivo contra las mujeres, pasa siempre. No sólo con los judíos: cuando desaparecieron los chupados de las dictaduras del Cono Sur, algo habrían hecho. El casi centenar de mujeres que están muriendo en España cada año a manos de sus maridos, el millar de ellas que mueren en Europa cada año, castigo a su insumisión. Algo harán. Las apedreadas, violadas legalmente, azotadas en público, quemadas con ácido, en muchas sociedades islámicas, lo son conforme a su ley... ¿Por qué no les escuchamos a ellas? ¿Por qué no nos escucháis?

Sencillamente. Ninguna opresión, ni económica, ni doméstica, ni política, deja de rendir dividendos -léase dineros, servicios, autoestima: poder, en suma- a los opresores. El sistema del poder no es en absoluto inocente. Es, además de malvado, interesado. Y no tiene nada que ver con la naturaleza. Es propia y enteramente cultural: inventado. Podría haber sido, y será, de otra manera.

¿Y qué hay de los afectos? Aquí está la trampa terrible. Porque cuando hablamos de la opresión de las mujeres, estamos hablando, para empezar, de la estructura familiar, allí donde se afianzan y transmiten los valores, y donde se cristalizan, cotidianamente, las conductas. La familia, que además de un sistema de autoridad, es una red poderosísima de afectos. Para nadie como para las mujeres, la familia es el núcleo de la incondicionalidad. Y, sobre todo para ellas, según lo previsto por el mando y gracias a esos afectos, el lugar donde se realiza su razón de ser. Claro que las mujeres amamos: incluso más allá de la vida. Por amor -escuchemos a las víctimas- se concede esa última oportunidad fatal. Por amor se vuelve a creer esa promesa mil veces incumplida antes. Por amor se disculpa lo imperdonable. ¿Pero hay algo que pueda justificar los sufrimientos infligidos? Desengañémonos: no hay afecto en la violencia. Las mujeres deben saber que el maltrato en el grado que sea es incompatible, rigurosamente incompatible, la prueba del nueve, con el más mínimo afecto.

Porque al final, estamos hablando de un engaño, de una montaña de mentiras, de una trama puramente ideológica y nunca puesta a prueba, que tenemos que desenmascarar. Sólo la memoria del sufrimiento, entrando en el análisis; sólo el relato de las víctimas, fijando los hechos; y sólo el convencimiento de que el sufrimiento es injustificable, puede ayudarnos a terminar con un mal que es una vergüenza.

Estar hablando de este tema, estar quemándose con este tema es, se lo juro, señores, espantosa, horrorosamente aburrido. Pero hay que volver a quitar el polvo. Porque ahí están los hechos, y estamos hablando de sufrimiento. Innecesario, evitable, injustificable. Y tenemos que acabar con él. Chicas, que ninguno de los hombres que haya en vuestra vida sea más que vosotras. Chicos: que ninguna de las mujeres que haya en vuestra vida sea menos que vosotros. Amén.

La importancia de las palabras



No hay lugar a dudas: las palabras importan, y la manera de decir las cosas hace evidentes muchas taras culturales que traemos arrastrando ya ni sabemos de dónde.

Para muestra, dos joyas extraídas del periódico Reforma, que con todo y que publican a personas como Denisse Dresser, tienen detalles como seguir refiriéndose al caso Polanski como el caso en el que el director de cine "mantuvo relaciones sexuales con una menor de edad". Señores del Reforma: cuando un señor cuarentón droga a una niña de trece años para meter su pene en su vulva y en su ano, no están teniendo relaciones sexuales. Él la está violando. Roman Polanski violó a una niña de trece años. Punto. Por genial que haya sido, por mucho que hayan matado a su mamá en Polonia, eso no borra mágicamente el hecho de que el brillante director de cine es un violador y se merece el castigo legal que le corresponda (¡Pobre! ¡Arresto domiciliario en su chalet suizo! ¡Indignación culturosa y miles de firmas!) Al referirse al hecho como una "relación sexual" se está obviando todo el dolor y la violencia ejercidas contra una mujer. Al usar las palabras "relación sexual" se da la impresión de que el hecho fue voluntario y consensual, y se suaviza la imposición física y psicológica que un hombre se sintió en derecho de ejercer sobre una niña. A través de la elección de lenguaje se borra el dolor de una víctima y se protege al victimario. No se vaya a incomodar el señor Polanski si lee que un periódico mexicano habla de que violó a una niña. Y a ésta, que la sigan jodiendo por lo que le queda de vida.

La otra: Hace unas tres semanas, en la revistilla de espectáculos que viene cada domingo, en un artículo referente a personajes que fueron influidos por Michael Jackson. Una de ellos era Rihanna. Y al papanatas, insensible, y machista escritor (Raymundo Zamarripa, para más señas) no se le ocurrió mejor manera de referirse a ella que "la pera loca más sexy del mundo"... Me quedé helada. ¿Cómo es posible que en una nota que supuestamente se refería a influencias musicales se refieran de esa manera a una mujer? Lo que es peor, a una mujer que fue víctima de violencia física a manos de su pareja. Una vez más, un ejemplo de lo poco que importa a las personas a cargo de los medios de comunicación de este país una cuestión tan grave como la violencia de género, al grado que se banaliza y se usa como gag (bastante malo, por cierto) en un contexto en el que no viene al caso para nada. Una mujer sólo es un chiste, un pretexto para hacer un comentario "chistoso", "provocador". Una mujer, para Raymundo Zamarripa, es "una pera loca"y todo lo demás sale sobrando. Y lo peor es que seguramente el tarado éste pensó que era super ocurrente su comentario.

Las palabras son importantes, y una de tantas cosas maravillosas que tienen es que pueden ir por ambos caminos. Los invito a que hagan saber a las personas a cargo de este periódico y sus suplementos que no estamos de acuerdo con la manera en que manejan la información. Que no estamos de acuerdo en sus elecciones de palabras que siguen haciéndonos menos, que siguen menospreciando nuestras experiencias en favor de sus chistes. Que no estamos de acuerdo y que ya no vamos a callarnos, porque si queremos que alguna vez desaparezca el machismo, tenemos que empezar por fortalecer nuestras palabras y hacérselas llegar a los que siguen impidiendo nuestro avance.

El mail del periódico es gente@reforma.com y el del suplemento topmagazzine@reforma.com

FE DE ERRATAS: El autor del texto de Top Magazzine no es Eugenio Guzmán, sino Raymundo Zamarripa. En el cuerpo del texto ya está hecha la corrección. Una disculpa al primero, que tan amablemente mostró mi error.