El ocho de marzo se celebra a las mujeres. El día internacional de la mujer. El día de la mujer trabajadora. Diversos matices en el nombre, con la finalidad de reconocer los diferentes momentos en la historia en los que las mujeres se han unido para luchar por el reconocimiento de sus derechos básicos: condiciones dignas de trabajo, el derecho al voto, a la propiedad.
Y como siempre sucede con este tipo de celebraciones a las mal llamadas minorías, la sensación es agridulce. Por un lado, se agradece la recuperación histórica de los hechos en los que participaron los que tradicionalmente se quedan al margen de registros oficiales; pero por otro, nos recuerda que seguimos siendo derivaciones de la norma, y que se nos tiene que dedicar un día o un mes al año, para que nos estemos tranquilos el resto del tiempo.
En días recientes, me ha tocado presenciar discusiones (en foros, en blogs, comentarios de personas cercanas) que hacen evidente que todavía nos falta mucho para pensar en las mujeres como seres humanos dignos del mínimo respeto. Generalizaciones como "las mujeres no saben explicar", "las mujeres son unas manipuladoras", "las mujeres atacan a las demás mujeres" no hacen sino reforzar prejuicios, y, sobre todo, y lo que me parece más peligroso, reforzar esta noción absurda de guerra de los sexos, de que existe un contingente llamado "los hombres" y otro contingente al otro lado llamado "las mujeres", y que ambos son heterogéneos y monolíticos en sus características. La personalidad, las coincidencias, las diferencias, todo se borra en esta construcción cultural en la que "todos los hombres son unos niños trogloditas" y "todas las mujeres son unas histéricas manipuladoras que se quieren casar" (y es la misma que permite que personas como Sherry Argov se forren de dinero a costa de nuestras inseguridades) Y por si fuera poco, convierte las ya de por sí complicadas relaciones personales, en una competencia, en una batalla en la que TIENE que ganar alguien; en una estúpida y cansada competencia por ver quién se chinga al otro primero. ¿Qué no estábamos hablando de una relación de pareja? ¿De una situación de respeto y complicidad? Al parecer, no.
Partiendo del punto en el que las mujeres en determinados entornos seguimos siendo adornos de los que se esperan bonitos modos y sonrisas constantes. Que no se tolera el enojo femenino y se tilda de berrinche; que a través de los medios de comunicación se insiste una y otra vez en que no debemos ser demasiado inteligentes, porque eso asusta. Que las cosas no se dicen directamente, sino con rodeos. Es por este tipo de nociones aprendidasyanosabemosdequién que nos metemos en los berenjenales en los que nos metemos cuando empezamos una relación, cuando exigimos respeto, cuando no nos quedamos calladas. No es posible que sigamos arrastrando esta "manera establecida" de hacer las cosas, en vez de escucharnos y tomar las decisiones que nos convengan como individuos, no como estereotipos. Y esto aplica tanto para hombres como para mujeres.
Todavía falta mucho para que a las mujeres no se nos dé un día que recuerde que también formamos parte de la historia; todavía falta para que esa sea una obviedad que no tenga que ser resaltada. Si queremos que en algún momento a las mujeres se nos considere seres humanos con la misma importancia que a los hombres, es necesario hacer algo al respecto. Y tenemos que empezar por cambiarnos a nosotros mismos. Empezar a distanciarnos de las narrativas perjudiciales y crear (y compartir) nuestros propios caminos partiendo del respeto. Y respetuosamente, pedir la consideración que se nos debe por el simple hecho de ser personas.
Y como siempre sucede con este tipo de celebraciones a las mal llamadas minorías, la sensación es agridulce. Por un lado, se agradece la recuperación histórica de los hechos en los que participaron los que tradicionalmente se quedan al margen de registros oficiales; pero por otro, nos recuerda que seguimos siendo derivaciones de la norma, y que se nos tiene que dedicar un día o un mes al año, para que nos estemos tranquilos el resto del tiempo.
En días recientes, me ha tocado presenciar discusiones (en foros, en blogs, comentarios de personas cercanas) que hacen evidente que todavía nos falta mucho para pensar en las mujeres como seres humanos dignos del mínimo respeto. Generalizaciones como "las mujeres no saben explicar", "las mujeres son unas manipuladoras", "las mujeres atacan a las demás mujeres" no hacen sino reforzar prejuicios, y, sobre todo, y lo que me parece más peligroso, reforzar esta noción absurda de guerra de los sexos, de que existe un contingente llamado "los hombres" y otro contingente al otro lado llamado "las mujeres", y que ambos son heterogéneos y monolíticos en sus características. La personalidad, las coincidencias, las diferencias, todo se borra en esta construcción cultural en la que "todos los hombres son unos niños trogloditas" y "todas las mujeres son unas histéricas manipuladoras que se quieren casar" (y es la misma que permite que personas como Sherry Argov se forren de dinero a costa de nuestras inseguridades) Y por si fuera poco, convierte las ya de por sí complicadas relaciones personales, en una competencia, en una batalla en la que TIENE que ganar alguien; en una estúpida y cansada competencia por ver quién se chinga al otro primero. ¿Qué no estábamos hablando de una relación de pareja? ¿De una situación de respeto y complicidad? Al parecer, no.
Partiendo del punto en el que las mujeres en determinados entornos seguimos siendo adornos de los que se esperan bonitos modos y sonrisas constantes. Que no se tolera el enojo femenino y se tilda de berrinche; que a través de los medios de comunicación se insiste una y otra vez en que no debemos ser demasiado inteligentes, porque eso asusta. Que las cosas no se dicen directamente, sino con rodeos. Es por este tipo de nociones aprendidasyanosabemosdequién que nos metemos en los berenjenales en los que nos metemos cuando empezamos una relación, cuando exigimos respeto, cuando no nos quedamos calladas. No es posible que sigamos arrastrando esta "manera establecida" de hacer las cosas, en vez de escucharnos y tomar las decisiones que nos convengan como individuos, no como estereotipos. Y esto aplica tanto para hombres como para mujeres.
Todavía falta mucho para que a las mujeres no se nos dé un día que recuerde que también formamos parte de la historia; todavía falta para que esa sea una obviedad que no tenga que ser resaltada. Si queremos que en algún momento a las mujeres se nos considere seres humanos con la misma importancia que a los hombres, es necesario hacer algo al respecto. Y tenemos que empezar por cambiarnos a nosotros mismos. Empezar a distanciarnos de las narrativas perjudiciales y crear (y compartir) nuestros propios caminos partiendo del respeto. Y respetuosamente, pedir la consideración que se nos debe por el simple hecho de ser personas.
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