Ya sé que los posts que les gustan son los indignados e iracundos. Representan la excusa perfecta para insultarme y hacerme ver que soy perjudicial para los valores de "La Familia Tradicional" (me halaga que consideren tan importante a este humilde blogcito rosa)
Sin embargo, hoy no tengo ganas de quejarme, sino de rendir un pequeño homenaje, a varios meses de su muerte, a mi abuelita Chayito. María del Rosario Franco Carrasco era su nombre completo. Murió el seis de agosto del año pasado, con mi mamá y conmigo junto a ella. Y ayer me encontré unas blusas que todavía conservan su olor. Eso debe ser lo que despertó de nuevo las ganas de escribir sobre ella, sobre todas esas cosas que quedaron pendientes y que es muy difícil que se recuperen. Desde la muerte de mi abuelo, hace unos 10 años, Chayito se desconectó del resto del mundo, y poco a poco fue olvidando más y más cosas; de ahí que fueran sólo pequeños retazos los que pude recuperar para conocerla con una mirada más adulta, más humana.
Porque, incluso desde varios años antes de que nos dejara físicamente, el resto de la familia se refería a ella en términos de santidad. "Mi mamá/mi abuelita es una santa" repetían una y otra vez mis primos y mis tíos. "Ya está con diositosanto y eso es lo que siempre quiso". Y yo me pregunto: ¿Cómo lo saben, si dejaron de verla sus últimos años? ¿Cómo lo saben? ¿alguna vez le preguntaron sobre su infancia, sobre sus gustos, sobre sus miedos? Yo sé que mi abuelita fue una persona totalmente congruente con su educación católica, y por momentos me da la impresión de que habría sido muy feliz si hubiera sido una de esas viudas virreinales que terminaban sus días en un convento contemplativo. Sé que era una persona con fe en sus creencias. Pero también sé que debajo de esa investidura otorgada por los parientes, como un recurso para desafanarse de ahondar más en Rosario como ser humano, había una persona, una mujer, que por los motivos que fuera se casó con mi abuelo y tuvo nueve hijos con él.
Una mujer que (y aquí empiezan los retazos de los que dispongo) era diestra como una araña para tejer, coser, bordar, remendar y cualquier otra actividad de labor con agujas- de hecho, dicen que hubo un tiempo en el que hacía vestidos de novia - pero que detestaba la cocina. Una mujer a la que no le gustaba probar cosas nuevas y que tenía la muletilla perfecta para excusarse en este sentido: "En mi casa esto no se usaba", decía cuando aparecía alguna cosa extraña en la mesa. Una mujer que me heredó el gusto por las alcaparras y el delirio por el helado. Una mujer que nunca nos mostró otra cosa más que paciencia y cariño, a pesar de que sus nietos podíamos ser verdaderas lacras, corriendo, gritando y aporreando el piano a ritmo del teleguía. Una mujer que siempre tenía el refrigerador lleno de jaletinas y una jarra de agua de limón casi tibia y demasiado dulce sobre la mesa. Una mujer que pasó en silencio diversas enfermedades, de la mano de mi mamá. Una mujer que fue siempre la imagen de la abuelita perfecta para mí y mi hermana: sentada en una mecedora tejiendo, siempre cariñosa, siempre tierna. Una mujer respetuosa de las opiniones de los demás, aunque no las compartiera. Alguien con quien compartimos la hora de la comida en familia todos los días desde que vino a vivir a nuestra casa, y con quien compartíamos además los chistes y las locuras familiares.
Sé que se casó en martes 13 y que su matrimonio duró sesenta años. Sé, porque lo he visto en fotos, que se fue de luna de miel en tren. Sé que tuvo su primer hijo a los 19, y que ese hijo y su primera niña tuvieron siempre un lugar especial en sus afectos por haberse consagrado a la vida religiosa. También sé que le catafixiaba a mi mamá sus antojos de moda ye-yé a cambio de que ella hiciera la comida del día (he de hacer un aparte para decir que mi mamá tiene el mejor sazón del mundo) Sé que su mamá murió cuando ella era casi un bebé, que tuvo después una Mamá Alicia y una Tía Consuelo, y que, de entre todos, adoraba a su hermano Jesús, un señor alto y de pelo blanco como la nieve.
También sé que al morir me dejó con muchas cosas que nunca sabré. Pero me queda el consuelo de haberla tenido tan cerca, de haber escuchado sus anécdotas de infancia, de haberla hecho mover la cabeza sin decir nada cuando me veía salir sin peinarme y de haberla hecho reir varias veces con mis despropósitos. Me queda como una satisfacción personal poder decir que mi abuelita podía ser muy simple y trabarse de risa a la mitad de una historia; que era una melindrosa para comer; que cuando empezó a perder la memoria se desesperaba y llegaba hasta a enojarse por sentirse perdida. Me queda como satisfacción personal poder decir que mi abuelita, más que una santa, fue una mujer como cualquier otra, y que yo pude vivirlo de primera mano.
Estoy en las lágrimas Ale, me hiciste el dia.
ResponderEliminarGRACIAS!!
Yo también lloro y lloro, y recuerdo a tu abuelita, a la Ñora, su dulzura, su cuerpo pequeño y siempre dado en dulce y cálido abrazo para nosotras, tus raras amigas.
ResponderEliminarTe quiero mucho :,)
Muchas gracias a ustedes, muchachas, por pasearse por aquí y acompañarme en mis recuerdos de la Ñora.
ResponderEliminarPrecioso, Alejandra!
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